Me desperté temprano y estaba sola. Él, supuse, habría bajado a por leche. La panorámica de la nevera era desoladora: una ajo y un limón. O al menos eso era lo que recordaba haber visto cuando llegamos a las 3:33 de la madrugada. Ahora, con la mirada perdida en el techo blanco, intentaba recordar cada una de las escenas anteriores que me habían llevado a esa litera. Sábanas blancas, almohadas blancas, paredes blancas. Recordé haberme sentido en las nubes en algún momento. Sin embargo, mis esfuerzos por recordar lo que había precedido al ajo y al limón se esfumaban o se mezclaban con historias pasadas, o incluso con los sueños que había tenido esa misma noche. Ya no estaba muy segura de nada y el tiempo prudencial se había acabado. Bajé con cuidado las escaleras y me puse una camiseta cualquiera. Blanca, por supuesto. Entonces, salí de la habitación como si entrase en la biblioteca, procurando no hacer ruido y con los ojos en la búsqueda constante de alguien. Abrí una blanca puerta, me senté en un blanco inodoro y me quedé unos minutos embobada como si de fuego se tratase, con el hipnotizante movimiento de la blanca lavadora. Miles de preguntas me bombardearon la cabeza en lo que dura un chorrito de pis. Y quién es él. Y en qué lugar se enamoró de mi. Y en qué momento me abordó por la calle y marchó conmigo y sin rumbo por estas calles de Hamburgo. Una vez de pie, me enfrenté al espejo que, como era de esperar, no me devolvió mejor imagen que la nevera. Me lavé con enjundia la cara, como si fuera agua bendita o mágica y me fuera a convertir de un chapuzón a otro en Carla Bruni. ¿Dónde está este Nicolas Sarkozy y mi leche semidesnatada? me preguntaba. De pronto, con el pulso atacado como quien está cometiendo un delito, empecé a abrir con agresiva impaciencia los cajones del baño en busca de algo. Una pista, no sé... cualquier cosa que me hiciera averiguar algo. After shave, maquinillas, recambios, espuma, crema hidratante para el hombre cosmopolita del siglo XXI, perfume, desodorante, jabón, champú, ¿tampones, quitaesmalte, sombras, rizador de pestañas, brocha, rimmel, colorete? Con absoluta seguridad sabía que no había ninguna otra habitación, a parte del baño, en aquel apartamento. De repente, mi acelerada ansiedad se convirtió en miedo. Terror. PÁNICO. Con todo patas arriba y una taquicardia en el corazón una llave me atraviesa suavemente por detrás la cerradura. Me estremezco. 

1 comentario:

Me gustan las palabras bonitas, pero me encantan las críticas constructivas. Ambas son bienvenidas.