Un día los silencios nos comieron. La sopa ardía y nuestra charla sucumbía a los soplidos. Soplidos suaves, soplidos graves, soplidos sutiles, soplidos rápidos, soplidos que no se oyen, soplidos que salpican. Soplidos, al fin y al cabo. Pero no palabras. Las dos sabíamos muy bien por qué estábamos en esa mesa, bajo ese mismo techo y esa misma luz tenue, intimidatoria, criminal. Toda el ceremonial se desplegaba ante los ojos de un hule simplón, de rayas azules con fondo beige, subyugado a la vajilla de los domingos, un gélido miércoles de Noviembre. Sobreactuábamos. Cada una a un extremo de la mesa, evitaba la mirada de la otra, como si no fuera evidente que había una persona en frente. La situación me angustiaba, era desesperante ese silencio punzante. Hablar del tiempo resultaba ya patético, de la sopa, hipócrita; y según iba pasando el tiempo, más y más duro se volvía el hielo que ninguna de las dos habíamos sabido romper. Una carraspea discreta. Otra respira con sonoridad. Los mocos le delatan y no tiene pañuelos, yo lo sé. Estornuda. La verdad viscosa sale a la luz. Momentáneo minuto de tensión que se diluye pueril entre el tejido de una manga. "Me tienes enferma" afirma con voz nasal. Sorbo la sopa. Luego, sonrío.
¡me encanta este nuevo blog!
ResponderEliminarqué lástima que no me lleguen las actualizaciones jaja
Un día los silencios nos comieron me ha parecido demasiado buen principio. Al terminar de leer, me ha parecido demasiado bueno todo.
ResponderEliminarGenial.
ainamatopeya.