Anedora vivía en el número ocho de la calle Bergerfeld. Se había quedado viuda hacía poco tiempo, y había decidido comprarse un perro. Tenía una mirada absorbente y cristalina, una de esas de haber visto más de lo que se puede soportar, y encima mantener la firmeza y la serenidad para llevar esos cristalinos a todas partes. A veces la mirada se desmembraba de ella y se abandonaban momentáneamente. Era una de esas personas que parecía estar siempre a punto de llorar. Se había pasado la vida dejándose viajar por el mundo, persiguiendo las andanzas de su marido que, como ella, pintor, había sembrado éxitos por toda Alemania. Éste había conseguido eclipsar por completo su obra. Y ahora, con el pulso acelerado y la voz entrecortada, resultado del deterioro inapelable de la edad, pasaba las mañanas en la calle hablando con los viandantes sobre las banalidades mundanas. Como si nada de lo anterior hubiera sucedido, dejaba que la vida la devorase.

Yo había llegado hacía apenas unas semanas a la ciudad y en mi buzón se había colado por error una carta a nombre de mi vecina de 80 años, Anedora, y cuyo remitente parecía ser una galerista de Berlin. Conteniendo la curiosidad de abrir el sobre de tan atractivo diseño, me dirigí hacia el número ocho, calle abajo, toqueteando el suave relieve de las letras ... "ALINA STRÖVER" ... Alina, Ströver... Gesticulaba. Y cavilando sobre su contenido llegué a su casa, toqué el timbre y nadie me abrió.

Total, que he abierto la carta y era una promo. Si la vida te decepciona, ábrete un blog.

1 comentario:

  1. Que final tan decepcionante para tan bonito relato!
    Te quiero hermana :)

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Me gustan las palabras bonitas, pero me encantan las críticas constructivas. Ambas son bienvenidas.